Este verano se planteaba igual que muchos veranos anteriores: estar en casa recluido con el aire acondicionado como único apoyo, salir a la calle cuando se fuera el sol y aprovechar para poner un poco al día el backlog acumulado durante el invierno y del que siempre te quejas de que no tienes tiempo para jugar. Pues bien, en parte ha sido así, pero hay algo diferente. Este verano me he ido de viaje. He viajado hasta Eorzea.
Hacía tiempo que quería sumergirme de lleno en un MMORPG. Ese gusanillo de escoger una clase, subir de nivel, hacer quests una detrás de otra, adentrarte en mazmorras con otras personas y por supuesto vivir dentro de ese mundo. Llevaba todo el año pensando en empezar Final Fantasy XIV y dedicarle el tiempo que se merece y no ha sido hasta el pasado agosto que he podido hacerlo. Mi gran preocupación a la hora de ponerme con FFXIV era el encontrarme solo en un mundo que no conozco. Los mundos demasiado abiertos me abruman y acaban cansándome y si encima no tengo compañía, mucho peor. Erain no estaba disponible para acompañarme en esta aventura, pero por suerte conocí a un par de personas que me animaron y me guiaron en mis primeros pasos.
El primer paso era escoger raza y profesión. Algo que siempre me ha llamado de este MMO ha sido que los personajes que se ven son realmente guapos y guapas, así que yo no podía ser menos. Tenía que crearme un chico que fuera resultón y que no me cansara de él en cinco días. Escogí ser un moreno highlander que está de muy buen ver y decidí ser dragoon como mi clase principal. Algo que hiciera daño, que fuera fuerte y que no tuviera otra estrategia que la de golpear al enemigo y esquivar ataques.
Selfie! |
Era momento de unirme a un clan. Quería conocer a gente en Eorzea y que no se limitara a verlos correr de un lado a otro. Quería conversar con gente que estuviera jugando, a la que pedir y prestar ayuda. Ser parte de un todo y sentirme identificado con mis colores. Poco después de subir a nivel 30 me uní a IGENOUSPHERE, una "Free Company" LGBTQ que me acogió con los brazos abiertos. Me sentí muy bienvenido y me ayudaron a mejorar mi equipamiento, mi experiencia de juego y con algún que otro capricho. Ya no me sentía un novato. Había pasado a formar parte de los habitantes de un mundo virtual y como tal, era momento de disfrutar de la vida tal y como lo haría un eorzeano.
Uno de mis caprichos fue el poder tener un bañador de leopardo. |
Ir a la playa, comprar bañadores para el verano, crear, vender y comprar ropa, irme de pesca o pasar una noche en Gold Saucer eran actividades que formaban parte de la épica lucha que estaba teniendo lugar entre Eorzea y el Imperio. Me pasaba las horas conectados, aunque era capaz de compaginar, de mejor o peor forma, mi vida real y mis relaciones personales, pero la realidad es que dejé de hacer muchas cosas en la vida real para dedicárselas a mi nueva vida virtual.
Finalmente Erain (a la izquierda) se vino conmigo a Costa del Sol a ponernos morenos. |
No me entendáis mal. Ni me quejo ni lo veo un problema y es que la vida en Eorzea es maravillosa. Te atrapa desde el minuto uno con su historia principal tan épica como cabe esperar de un Final Fantasy, pero con el añadido de las relaciones personales que traspasan la barrera de la pantalla y se ubican en un entorno real, dando una dimensión diferente que no hubiera podido experimentar de otra forma que no hubiera sido involucrándome de lleno en este renacimiento de una fantasía final que nunca acaba.